Aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, debemos suponerla en los primeros años del siglo III d. C. en Licópolis, ciudad de Egipto, la actual Assiut, en la margen izquierda del Nilo. Murió en el 270, aproximadamente, a los sesenta y seis años.
Tampoco se conoce su origen familiar, si bien no parece que fuese egipcio, sino quizá griego, en cuya lengua se expresa en sus escritos, y disfrutó de la condición de ciudadano romano.
La falta de datos sobre ese particular se justifica por parte de su discípulo y biógrafo Porfirio, al afirmar que “tenía el aspecto de quien se siente avergonzado de su cuerpo”, de tal manera que eludía hablar de detalles de su vida personal y de su pasado. No festejaba más cumpleaños que los de Sócrates y Platón y para lograr un retrato suyo tuvieron que recurrir a un subterfugio, haciendo que un pintor memorizase sus rasgos con tal precisión como para reproducirlos después, sin que el Maestro se enterase.
A los veintiocho años sintió el anhelo de la filosofía y se trasladó a la ciudad de Alejandría, cuyo Museion y Biblioteca, fundados por Ptolomeo Soter en el siglo IV a.C., todavía irradiaban la potente luz de la búsqueda del conocimiento, si bien su actividad en época romana había derivado hacia la enseñanza, dejando de lado la investigación.
Allí, tras escuchar a varios de los más prestigiosos filósofos, se encontró con Amonio, apodado Saccas, misterioso sabio que impartía sus lecciones en aquel centro, con quien permaneció por espacio de diez años. Amonio se dedicaba a formar a un numeroso grupo de discípulos en una escuela filosófica de tendencia ecléctica, que buscaba la verdad conciliando las disciplinas y corrientes de pensamiento y creencias, por lo que eran llamados “filaleteos”, amantes de la verdad. También es un enigma la identidad y origen de este Maestro que ejerció una gran influencia entre discípulos de tendencias diversas. Podemos vincular su escuela y enseñanzas a las del sacerdote egipcio Pot-Amun, el cual en los primeros tiempos de la dinastía de los Ptolomeos promovía el estudio comparado de las religiones egipcia, zoroastriana, judía, budhista y vedantina y las filosofías pitagórica, platónica y aristotélica.
A los 38 años, Plotino, que había conocido los sistemas de pensamiento orientales en la escuela de Amonio, viajó a Oriente, participando en la comitiva imperial del joven Gordiano III, en su campaña de 242 contra el rey sasánida Sapor I. Pretendía “experimentar la filosofía que se practica entre los persas y la que florece entre los indios”, según indica Porfirio, su discípulo y biógrafo. Se da la circunstancia que en el séquito del rey persa Sapor se encontraba Mani, reformador de la antigua religión zoroastriana y consejero del rey.
Finalizada la expedición, y tras la firma de la paz con los persas por parte del sucesor de Gordiano, Filipo el Árabe, Plotino llega a Roma a la edad de cuarenta años, iniciando así una etapa de gran trascendencia en su vida. En la espaciosa casa de la viuda Gémina empieza a impartir sus lecciones. Poco a poco se va conformando una escuela filosófica en torno a él, integrada por discípulos a los que Porfirio identifica con detalle, entre los cuales se encontraban influyentes personajes de la ciudad: senadores y hasta el mismo emperador Galieno y su esposa Salonina se sintieron atraídos por sus enseñanzas. Esta amistad animó al filósofo a solicitar del emperador la concesión y restauración de las ruinas de una ciudad de filósofos que se decía que había existido en la Campania, para fundar allí una ciudad similar, regida por las leyes platónicas, que se llamaría “Platonópolis”. Pero las intrigas y rivalidades políticas impidieron la realización de esta aspiración.
La escuela de Plotino estaba siempre animada con la presencia de muchos jóvenes con los que ejercía de tutor o consejero, y toda clase de gentes de la sociedad romana que acudían para consultarle sobre aspectos no sólo filosóficos, sino tan cotidianos como la correcta administración de sus bienes o herencias. Sus lecciones estaban abiertas a todos los públicos, pero un círculo interno de discípulos recibía una instrucción orientada al despertar del “hombre interior” al que se refería Platón, y a elevar el alma hacia la contemplación y el éxtasis.
Solía retirarse a la Campania, a la finca de su amigo y discípulo, el médico Zeto de Arabia, y allí precisamente vivió sus últimos días, cuando ya había muerto Zeto, aquejado de una enfermedad que se ha identificado como “elephantiasis graecorum”, parecida a la lepra. Sus últimas palabras fueron para su médico y fiel discípulo Eustoquio: “A ti te estoy esperando todavía. Esfuérzate por elevar lo que de divino hay en nosotros hacia lo que hay de divino en el universo”, verdadera síntesis de su vida y doctrina. Era el año 270 y tenía sesenta y seis años.
A la muerte del Maestro, Porfirio que se encontraba en Sicilia, pues Plotino le había aconsejado emprender un viaje para superar una depresión, se hizo cargo de la Escuela.
Obras
Plotino fue ante todo un Maestro, dedicado a enseñar a sus discípulos una sabiduría, recibida a su vez del enigmático Amonio, que podríamos calificar de mistérica, en el sentido de su orientación hacia la vivencia y la elevación espiritual. Al principio, debido a un compromiso que habían adquirido los discípulos del sabio egipcio de no divulgar sus doctrinas, Plotino no escribía sus lecciones, pero transcurridos unos diez años desde el comienzo de su escuela en Roma, había comenzado a reunir en notas escritas los temas de sus lecciones. La llegada de Porfirio, el erudito filólogo tirio, resultó decisiva pues, a solicitud del Maestro, asumió la tarea de sistematizar y corregir tales escritos en un corpus coherente, las Enéadas, obra constituida por seis libros de nueve tratados cada uno. La primera Enéada contiene los tratados de tipo ético, sobre las virtudes, el Bien primario y los otros bienes, la felicidad, la belleza… Las Enéadas segunda y tercera comprenden tratados sobre el cosmos en sus diversos aspectos tanto físicos – sobre las dos materias, la rotación celeste – como algo más metafísicos: sobre el amor, la fatalidad, la providencia, la eternidad y el tiempo, o la impasibilidad de las cosas incorpóreas, entre otros. Los tratados que integran la cuarta Enéada tienen como tema central el Alma: esencia, problemas, inmortalidad…, mientras que la quinta se refiere a la Inteligencia: las tres hipóstasis, la belleza inteligible, incluyendo lo que está más allá y las Ideas. Por último, la Enéada sexta se refiere a temas ontológicos, como los géneros del Ser, los Números, el Bien y el Uno….
La filosofía de Plotino se fundamenta en Platón, aportando una interpretación original, en la que detectamos las huellas de los sistemas de pensamiento orientales. Parte del planteamiento del problema original de la creación, en la que establece tres niveles, o hipóstasis: el Uno, la Inteligencia y el Alma. El Uno, como Primer Principio, crea mediante la emanación de su superabundancia, como una fuente que fluye sin agotarse jamás. No crea directamente el mundo, sino que lo hace mediante lo inteligible – las Ideas de Platón -, como una luz, como la imagen del Uno: es Nous, la Mente Universal. La Mente, a su vez, a través del Alma del mundo, que unifica la pluralidad de las almas, produce el mundo corpóreo o sensible, lo gobierna y lo ordena. El Alma del hombre procede de la parte superior del Alma universal. En el alma se encuentran el ser y el no ser, como si se tratase de un plano intermedio. La materia, con su pluralidad, recibe a las almas y las envuelve, las aprisiona y hace que olviden su origen.
La misión del alma es liberarse de la materia, despertando en ella el anhelo de elevarse hacia lo Uno, de donde ultérrimamente procede. Hay dos vías de elevación. La primera vía parte desde abajo, y consiste en acercarse a lo inteligible, liberándose de lo sensible mediante la ciencia. La segunda vía es para los que han llegado ya a lo inteligible, y a su vez consiste en dos etapas. La música, el amor y la filosofía conducen a la primera etapa, y la segunda tiene su culminación en el instante del éxtasis, al que llega el alma mediante la interiorización, hasta hacerse semejante al Uno. Este es el proceso final de la filosofía para Plotino: la unión del alma con Dios, la liberación del alma de sus ataduras: “recogiéndose en sí misma, sin ver nada verá la luz, no como otra en otra cosa, sino como sí misma por ella misma, pura, brillante, instantáneamente de sí misma”, dice Plotino en la Enéada quinta.
La influencia de la filosofía plotiniana fue muy amplia y extensa, configurando la corriente que conocemos como Neoplatonismo, con brillantes manifestaciones desde San Agustín, Escoto Eriúgena, Nicolás de Cusa, hasta Leibniz, Spinoza o Schelling. En el Renacimiento, Marsilio Ficino hizo de Plotino el maestro inspirador de la Academia florentina de Villa Careggi.
Extraído de Biografías de filósofos. Web Nueva Acrópolis.
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