Durante siglos, de una forma u otra, se han expresado los más elevados elogios a la amistad. Lo han hecho así filósofos y literatos, poetas y hombres de todo tipo, hasta llegar a nuestros días en los que seguimos escuchando o leyendo aquello de la amistad como vínculo sagrado.
Pero veamos qué es lo que vivimos en realidad bajo el nombre de la tan venerada amistad. Hoy prolifera en general, y salvo excepciones, un “amiguísimo” fácil e inconstante, propio de las circunstancias, como si fuera un artículo más de los tantos que consumimos; o peor aún, como si fuera el envase desechable de esos artículos comestibles. Una persona se acerca a otra por los beneficios que pueda obtener, ampliando todo lo posible el límite de esos beneficios, que van desde la compañía para matar la soledad o para compartir un rato de distracción, hasta la posibilidad de contar con alguien en un momento de apuro. Pero, pasado el apuro, la necesidad o la obligada soledad, desaparece el amigo y la amistad. Hoy se habla de “amiguetes”, compañeros para fumar juntos un cigarrillo prohibido, para beber una copa más, para ver una película “porno” o para realizar alguna jugarreta de mal gusto, remedando tristemente lo que antes se llamaba valentía. Existen, eso sí, compañeros de estudio que pasan juntos meses y años en idénticas angustias y alegrías. Existen compañeros de trabajo que se acostumbran a la rutina diaria de encontrarse y separarse a la misma hora. Existen compañeros circunstanciales para contarse cuitas e historias, penas y problemas, a los que se valora cuanto más escuchan y menos hablan. Pero esos son lazos que se rompen con facilidad y se olvidan en cuanto la vida da un giro inesperado. También existen las amistades románticas que ocultan, en verdad, otro tipo de sentimientos, ya que suelen derivar en enamoramientos que por desgracia no son más duraderos que las amistades de paso ya señaladas.
Lo que falta y queremos recuperar, porque sabemos que nunca ha dejado de existir, es la amistad filosófica, la que entraña un amor al conocimiento del uno al otro, la que pasa por encima del tiempo y las dificultades, la que genera lazos de auténtica fraternidad aunque no haya vínculos sanguíneos de por medio. Por eso la definimos como filosófica, aunque no la llamemos así en la vida corriente. Es filosófica porque hay amor y necesidad de conocimiento. Es la que hace que dos o más personas traten de conocerse, de comprenderse, pasando por el conocerse a sí mismo. Es la que hace nacer el respeto, la paciencia y la constancia, es la que perdona sin dejar de corregir y la que impulsa a que cada uno sea cada vez mejor para merecer al amigo. Es la que despierta el sentido de la solidaridad, del apoyo mutuo en todo momento, la que sabe soportar distancias y dolores, enfermedades y penurias. La definimos como filosófica porque creemos que sólo compartiendo ideas comunes, metas similares de vida, idéntico espíritu de servicio y superación, puede nacer esa amistad que ni es planta de un día ni nube de verano. Por eso nosotros, los que aspiramos a la Sabiduría y la buscamos con voluntad inquebrantable hasta hallar sus trazos, podemos y debemos cultivar este noble sentimiento volcándolo en aquellos que del mismo modo tratan de encaminar sus vidas.
La amistad es una sonrisa constante, una mano siempre abierta, una mirada de comprensión, un apoyo seguro, una fidelidad que no falla. Es dar más que recibir; es generosidad y autenticidad. Es un tesoro que vale la pena buscar y, una vez encontrado, mantener para toda la vida como anticipo del reencuentro de las almas gemelas y como sombra favorita de lo eterno.
Delia Steinberg Guzmán
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